miércoles, 18 de febrero de 2009

Relato

Pasamos unos cinco días en el tren sentados sobre el poco equipaje que llevábamos. En el vagón de ganado en el que íbamos aproximadamente 120 personas apretadas como sardinas hacia mucho calor. Al fondo, en un rincón, se encontraba el cubo que utilizábamos para hacer nuestras necesidades. El olor era insoportable. Los guardias nunca abrían las puertas, no nos daban agua ni comida. Los niños gritaban que querían marcharse a sus casas. ¿Adónde nos llevan? preguntaban algunas voces. Nadie contestaba. Había una oscuridad total, rota únicamente por la poca luz que se filtraba por una de las pequeñas ventanas en la parte superior del vagón. Alguien observaba por una rendija de las maderas del lateral del vagón, de pronto dijo: "No creo que vayamos al lugar del que nos han hablado, estamos cruzando la frontera y nos dirigimos a Polonia". Entonces un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me acordé de aquel hombre que contaba aquellas historias sobre lo que hacían con los niños en Polonia. Yo llevaba en mis brazos a mi hermanito de apenas dos años y medio. Lo apretaba sobre mi cuerpo repitiéndome a mi mismo "No lo dejaré nunca, jamás me lo quitarán”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario